Malena conoció a Javier antes de emprender el camino que la transformóMalena conoció a Javier antes de emprender el camino que la transformó

En busca de la identidad: es argentina Nikkei, periodista y escritora; viajó a Japón y encontró el camino para conectar con sus raíces

2025/11/21 14:00

No existe la pureza en el cruce de culturas, dice Malena. “Cuando viajas, por ejemplo, a Perú, a México, a Brasil, en donde también hay colectividad japonesa, ese cruce con cada idiosincrasia de cada país da matices diferentes, ¿no? Y eso me parece fascinante”.

Desde su hogar, en Buenos Aires, Malena Higashi comienza a desgranar una historia en la que su abuela Emiko Arimidzu tiene un papel protagónico. En el siglo pasado, su bisabuela materna cruzó océanos para llegar hasta el promisorio país del tango y el trigo. Casualidad o causalidad, en el mismo barco iba una niña que varios años más tarde sería su abuela paterna. Pero no fueron ellas las que unieron los destinos. Emiko fue maestra de chadō (la ceremonía del té) y desde que Malena era pequeña, la integró a sus prácticas como un juego. Docente, periodista, escritora y licenciada en Letras, la identidad de Malena se encuentra justo en la intersección del Japón heredado y la Argentina que la vio nacer. “Nikkei” se llama a quienes emigraron de Japón y a sus descendientes, quienes suelen sentir cierto extrañamiento entre los genes y la cultura. Nikkei es su mirada, la de una porteña que ama el silencio oriental.

Una infancia Nikkei

Asomó a la vida en 1984 y en el barrio de Belgrano transcurrió su infancia. En los recuerdos de Malena aparece la tintorería de los abuelos en donde ella jugaba en medio de botones, costuras y prendas. Guarda en su memoria el olor a solvente mezclado con la humedad de la plancha y conserva perchas de madera para sus prendas especiales. En la atracción por los aromas delicados, fluye la voz del incienso.

Sus abuelas le habilitaron un espacio de tradición pero también libertad para experimentar su herencia cultural: tuvo la posibilidad de abrir la cabeza a otras realidades. Los padres la enviaron a un colegio “progre”, de los que no abundaban. Malena recuerda que en su infancia tampoco había tanta inmigración asiática. “Hablando con otras amigas, lo que solía pasarnos es que de chicas, chicos; éramos los diferentes”. Tranquila, estudiosa, pronto se apasionó por el idioma inglés; los Beatles sonaban más que el rock nacional, así le resultó fácil rendir exámenes internacionales en un instituto privado. Ganó una beca para estudiar durante un mes en Londres, fue su primera experiencia sola, a los 16 años.

El cine y la literatura japonesa la guiaron hacia sus orígenes. Ya en la facultad, empezó a ver las películas de Studio Ghibli, clásicos como Totoro o Princesa Kaguya. “Ahí fue que empecé a entender un montón de cosas, por ejemplo, yo no sabía que mi apellido Higashi significaba Este, el punto cardinal. Tampoco sabía cómo se escribía en kanji, “fueron cosas que aprendí de grande por curiosidad, y que después empecé a preguntarle más a mis abuelas”.

La ceremonia del té Crédito

Un antes y un después

Existe un antes y un después en la vida de Malena Higashi. Y tiene que ver con su necesidad de indagar en sus raíces y mirarse en el espejo de la cultura japonesa. Durante un año vivió en Japón, ahí entendió la razón de su comportamiento introspectivo. “A los chicos los educan para que sean tranquilos. No digo que todos los niños japoneses sean así, pero nunca me pasó ver a un nene con un berrinche en la calle”. Hoy que es madre, tiene el desafío de educar a su hijo inmerso en la complejidad de lo global. “Me gusta que aprenda desde chiquito un montón de cosas vinculadas a Japón que las tiene en su vida cotidiana”. Él va a un colegio japonés en donde les enseñan canciones y escritura hiragana y katakana, que son silabarios de signos japoneses. “Conectado con la escritura, con el trazo, comen comida japonesa también en el comedor del colegio, festejan todas las efemérides en calendario japonés y aprenden las historias detrás de esas fechas y la simbología, así que yo creo que él lo vive como de manera muy cotidiana”.

En 2016, ya recibida de su carrera de Letras, tenía un trabajo estable y la vida ordenada. Entonces sintió el llamado de Japón. No era la primera vez. Había ido por un viaje familiar a los pueblos de sus abuelos. En el pueblo de Wakayama conectó con sus raíces: la naturaleza, los aromas, los paisajes. El pescado muy fresco, el reflejo del agua. La historia que intentaba recrear cada vez que tomaba un ferry e imaginaba los viajes que habrían hecho sus antepasados. La segunda fue por una beca, en 2016. La otorgaba el Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón y estaba destinada a jóvenes latinoamericanos, periodistas y descendientes de japoneses; ella cumplía con todos los requisitos. “Fue un viaje de reafirmación, diría yo, para que pudiéramos comunicar Japón”. Una de las actividades culturales, era la ceremonia del té pero también los llevaron a un entrenamiento de sumo, y un estudio de manga para ver cómo se hacían los dibujos.

El ritual en un campo de peonías en Trevelín

Malena considera que fue el empujón para tomar la decisión de ir a estudiar chadō a la escuela Urasenke Gakuen. Lo que más le costaba dejar en Buenos Aires, era una relación apenas iniciada. La prueba de fuego para cualquier pareja. ¿Podría resistir la distancia?

En Japón su sensación fue la de quedar suspendida en otra época. “Vestíamos kimono todos los días. Quizás, chateaba con mis amigas que estaban en Buenos Aires o con Javier (por entonces su novio), y de repente yo estaba, no sé, cosiendo una enagua del kimono y me imaginaba en el siglo XVII”. Con poco acceso a internet o a redes, y a doce horas de diferencia con respecto a su país, el tiempo se diluía. “Yo soy argentina, pero entendí muchas cosas, muchos funcionamientos, muchas cuestiones de cómo funciona mi familia. Eso me ayudó también a entender un poco mi identidad”. Una amiga me dijo una vez una frase de Julia Kristeva que dice algo así como, ‘no importa el origen, sino el viaje al origen’, y siento que fue exactamente eso”. De aquellos días dice que volvió cambiada.

Malena en Trevelín, antes de la ceremonia

Una red de citas, el mismo idioma y un camino hacia el Este

Se habían conocido por una red de citas pero enseguida descubrieron que tenían gustos y amigos en común. “Él practica karate. En la primera cita, cuando yo le conté sobre la ceremonia del té, lo entendió muy rápido porque también lo suyo es un camino, entonces hay mucha similitud en la filosofía, en la manera de ver la vida”. Fue, de alguna forma, como si hablaran el mismo idioma. A ella le gustó su humor intelectual. Conectaron con la lectura y la escritura. Con la curiosidad incansable.

Javier Sinay, conocido periodista y escritor, guardó su currículum en los primeros encuentros y apenas le mencionó que estaba por viajar a Colombia. En 2015 Javier fue finalista y ganador del premio Gabo, tal vez uno de los más importantes del periodismo de Iberoamérica. “Me lo dijo de manera muy humilde, eso ya me gustó, porque podría haberse mandado la parte”.

Un amor que se consolidó

Sabía que él era un referente del género policial aunque todavía no lo había leído. Antes de subir al avión, Javier le dejó su libro, Los Crímenes de Moisés Ville. Para ella —que había egresado de la carerra de Letras—, fue un ejemplo de lo que se podía hacer en periodismo narrativo, con herramientas literarias y un relato que además tenía que ver con la búsqueda de las raíces del autor.

Malena estaba determinada en su decisión de ir a Japón. Así nació la idea de Javier de emprender otro viaje con un proyecto de libro en mente. Desde Madrid hasta Kioto, él buscó historias sobre lo que eran capaces de hacer otras personas en nombre del amor — y el desamor—. En su “Camino al Este”, Sinay juega con las palabras, el camino no es solo hacia el punto cardinal, es un camino hacia Malena. “Ella me espera en un sitio en el que el sol brilla cuando yo, muy lejos, miro la luna”, escribe.

A su regreso ninguno tenía dudas; se casaron. Sincronizaron sus espacios laborales y sus silencios. Compartieron charlas y cafés. Salidas y rutina. Y cuando la convivencia se hizo estable, nació Manuel.

La porteña que ama el silencio oriental

El viento entre los pinos (su primer libro) es una invitación para que quienes nunca experimentaron una ceremonia de té, lo hagan en su imaginación. Y para que deseen — en lo posible— hacerlo en el mundo real. “El lector con el libro en las manos, no va a tener la taza de té, no va a estar sentado en el tatami. Necesito transportarlo a todo el ambiente. Así que trabajé mucho en el libro para tratar de lograr eso”.

Malena en TEDx

En el evento TEDxRíodelaPlata de 2024, se la puede ver a Malena en plena ceremonia. A lo largo de 3 minutos, 21 segundos, y sin mediar palabras, Malena prepara un té de la manera tradicional. Vestida con un kimono azul realiza los movimientos con suavidad. La paz que transmite es propia del ritual del chadō. El té verdadero, dista de lo que en Occidente encontramos en las góndolas y consumimos en saquitos. Su artículo “El matcha en la era de la inmediatez” describe muy bien cómo nos apropiamos de ciertas prácticas a través de las modas y cómo el consumo desmedido de un producto se vuelve un símbolo aspiracional para mostrar en las redes. El problema es que el matcha es un tipo de té que requiere de un cuidado extremo y un respeto por sus tiempos. No existe producción ilimitada si proviene de algo tan delicado como una planta: la camellia sinensis.

La verdadera esencia del té se encuentra en la pureza que se extrae de los cultivos, el cuidado en la recolección y producción: el amor en todas sus facetas. El chadō amplifica el concepto, la atención es plena en el presente. Se necesita tranquilidad para preparar la ceremonia, los utensilios adecuados y un entorno pacífico para servirlo. “Es una forma de ver las cosas, de vivir la vida, de conectar con la naturaleza. Encontrar la felicidad en lo pequeño”.

Por eso Malena elige transmitir que el tiempo está para disfrutarlo. Como presidenta de Urasenke Argentina, con su familia, con sus libros y entrevistas, la escritora nikkei frente a la velocidad de lo cotidiano elige la pausa y la reflexión de una taza de té.

Los libros que fueron parte del amor de Malena y Javier
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