Siempre positiva, a pesar de las duras pruebas que le puso la vida, Marina no pierde el optimismo ni la sonrisaSiempre positiva, a pesar de las duras pruebas que le puso la vida, Marina no pierde el optimismo ni la sonrisa

Marina Dodero. Posa en su piso de Recoleta, cuenta cómo le dio batalla a un segundo cáncer y habla de su nuevo pretendiente

2025/12/26 14:00

Resiliente y optimista como pocas, Marina Dodero (76) nos recibe con una enorme sonrisa, un abrazo generoso y esa energía positiva que la pinta de cuerpo entero. Su actitud no permite sospechar, ni por un segundo, que en los últimos cinco años lidió dos veces con el cáncer de mama. Recién llegada de su Grecia adorada, donde se instaló ya hace varios años, comparte con valentía y generosidad su experiencia con la ilusión de llevarle luz a quien esté pasando por un proceso parecido. “Estoy muy bien. La primera vez me agarró en plena pandemia y, como estábamos en aislamiento, lo pasé sola en Grecia. Hice quimioterapia, rayos, me quedé pelada, ¡pero me repuse! Esta vez, por suerte, estuve muy bien rodeada”, arranca Marina.

Siempre positiva, a pesar de las duras pruebas que le puso la vida, Marina no pierde el optimismo ni la sonrisa

–¿Cuándo te diste cuenta de que algo andaba mal nuevamente?

–Poco más de un año después. Vine al bautismo de mi nieto Sylvestre (hijo de Tweety, en julio de 2022) y, al volver a Grecia, tal como me pasó la primera vez, mientras me bañaba palpé un bulto en la mama que parecía un ladrillo grande. Enseguida consulté con mis médicos, me sacaron el tumor, lo mandaron a estudiar y resultó que era malo, en estadío C, más bravo que el anterior, por lo que me recomendaron quimioterapia otra vez. Yo no quería volver a pasar por lo mismo. Hice otra consulta en España, donde están muy avanzados en este tema. Mandé mis estudios a la Fundación Tejerina, aproveché para visitar a mi hija Carminne y a mi nieta Olympia, y apenas entré al consultorio el médico me dijo sin vueltas: “Hay que cortar” (sic).

En el living de su departamento, “custodiada” por un adorno en forma de perro que compró en un anticuario: “Es chino y mueve la cabeza, aunque no sabemos cómo”, dice Marina

–¿En qué o quiénes te apoyaste cuando te hablaron de la mastectomía?

–Yo soy muy fuerte y quiero vivir, eso me da la fortaleza. Ahora estoy amiga de Dios otra vez, eso me ayuda, pero en su momento me enojé con él. Se me pasó cuando terminé de batallar y llegó el día que me dijeron: “Hasta dentro de seis meses no venga”. Te aclaro que, aunque en España me recomendaron cortar, el oncólogo griego no quería. Finalmente negociamos que me iba a hacer un PET Scan y sólo si no tenía metástasis, hacíamos la cirugía. Finalmente pude operarme y, además de tomar una pastilla hormonal, durante un año hice un tratamiento de inmunoterapia: cada veintiún días, me internaba y durante cuatro horas me pasaban esta medicación, una especie de quimio, pero más leve. Resultó duro volver a estar ahí, los efectos secundarios son terribles, pero pude aguantar. Y estar tan acompañada marcó una gran diferencia. Si bien no tuve metástasis, fue tan bravo que me afectó la movilidad, entonces estoy haciendo ejercicios con máquinas, caminatas y fisioterapia. Y ya no tengo esos calambres tremendos que me daban.

–¿Te enganchaste con algún proyecto que te ilusionara como para sobrellevar la situación?

–Sí, eso es fundamental. Armé mi casa en Atenas, en una zona que es como la Recoleta de acá. La vi, entré y dije: “Es esta”. Y mientras compraba las camas, recorría anticuarios y decoraba los cuartos, me entretuve y pensé en otra cosa. Fue un proyecto divino para mantenerme ocupada y positiva. También me animé a hacer viajes cortitos, como a Madrid o a Taormina, que fui con una amiga. [Piensa]. Fue muy duro todo lo que pasé, pero elijo contarlo porque quizás puedo ponerle un poco de luz a alguien que esté pasando por lo mismo. Eso sucedió la vez que hicimos la nota por el primer cáncer, según los mensajes que muchas mujeres me hicieron llegar. Con que ayude a una sola mujer, siento que es misión cumplida.

En su escritorio, donde los recuerdos de su vida y sus seres queridos aparecen a un lado y otro, la dueña de casa posa con un set de blusa y babucha de encaje, sandalias con estampa animal y minibag de cuero y rafia de Valentino

–¿En algún momento tuviste miedo?

–¡Hoy tengo miedo! Pero no solamente a esta enfermedad, sino a cualquier otra, como el Alzheimer, o tener un ACV, ¡ya no soy un bebé! [Se ríe]. Por eso aprendí a vivir el momento, no quiero cosas, sino estar rodeada por la gente que quiero. De hecho, ahora que estoy levantando este departamento porque me queda grande y vengo poco, regalé muchísimas cosas personales. Vivo la mayor parte del año en Grecia. Lo que atesoro son las fotos, que reflejan lo vivido. Mirá: hace dos años festejé mi cumpleaños con treinta personas que estuvieron incondicionales a mi lado en estos momentos. ¡Treinta es un montón! Ese día había buena energía en mi casa, pedí un catering riquísimo, me compré la torta que quería y me sentí muy querida.

–¿Entre esos treinta había algún amor, algún pretendiente?

–Sí, y es alguien que sigue estando en mi vida. No lo llamaría novio, es alguien que me hace sentir bien.

Las fotos son su tesoro más preciado y muchas de ellas partirán con ella a su casa en Grecia

–¿Se puede saber un poco más?

–Lo conocí y era piloto del rey de Suazilandia (África). Al principio nos hablábamos mucho por teléfono y se convirtió en un buen amigo que me ayudó muchísimo. Pasamos así dos años. A mí me daba no sé qué tener intimidad con él porque me sentía mutilada, aunque sea dura la palabra. El shock de ver la raya de la cicatriz es grande. Sin embargo, nunca pensé en ponerme una prótesis, ya no quiero sufrir más y hasta me parece elegante verme como me veo. Volviendo a Vasilis (prefiere no decir el apellido), un día vino a Grecia, fuimos a comer, tomamos un vino y terminamos en casa porque se había olvidado algo. Finalmente, pasamos una noche bárbara. Esto lo cuento porque hay que vencer los pruritos, no dejé de ser mujer por enfermarme. Y menos con la hormona que me dieron.

Después de pasar Navidad con su hija Tweety y familia en Brasil, Marina se va a Dubái con una amiga.

–¿Siguen saliendo?

–Sí. Cuando sé que lo voy a ver, voy a la peluquería, me maquillo, aunque siempre lo hago porque soy coqueta, pero me arreglo especialmente. Insisto: no es novio, es alguien que me hace bien. Y cuando él no está, también salgo mucho con amigas y amigos. Y si no tengo nada, me voy con mi perro Oro a un lindísimo lugar al lado de casa, me tomo un rico Chardonnay, como una picadita, escucho música y listo. [Piensa]. Yo me siento muy festejada, quizás tenga que ver con mi carácter alegre. No le voy con el llanto a nadie y no hablo mal de otra gente.

–¿Qué planes tenés para este fin de año?

–Vine a ver a mi hija Tweety y a mis nietos. Estaba un poco nerviosa porque el viaje es más largo, pero quise probar y me fue bárbaro. Vamos a pasar Navidad juntos en Brasil y después me voy a Dubái, que dicen que es fabuloso, con una amiga. Mi idea es venir a Buenos Aires cada tanto y ya sé que vuelvo en mayo porque es la comunión de mi nieta Fucsia. Adoro a todos mis nietos, así que es lindo compartir sus momentos importantes, lo mismo que mantener la relación con los amigos. La amistad es como una plantita que hay que regar.

Con Atalanta de Castelán y su íntima amiga Christina Onassis. “Aunque pasaron treinta y siete años de su muerte, el tiempo no curó el dolor de su partida”, dice Sus hijas Carminne y Tweety rodean a Athina, la única heredera de Christina

–Recién decías que te vas a llevar a Grecia todas las fotos. Si tuvieras que elegir tres imágenes de tu vida, ¿cuáles serían?

–Alguna navidad en La Cumbre con mis padres, ¡tuve una infancia tan linda! Nos hacían escribirle cartas a Papá Noel, las poníamos en el balcón y después ellos las sacaban sin que los viéramos y nos decían que ya se las había llevado. También pienso en Christina [Onassis, su íntima amiga, que murió en 1988 mientras la visitaba en su casa de Tortugas] y en mi hermano. Son flashes de mucha felicidad. Después Dios me provocó bastante… Con Christina me acuerdo de un encuentro en París después de la muerte de mi madre. Yo me maquillé para que me viera bien, y ella hizo lo mismo. Cuando nos encontramos y nos lo confesamos, fue muy lindo. Nos matamos de risa por la idea de que cada una quería que la otra la viera en su mejor versión.

“Hay alguien en mi vida que me hace sentir bien, pero no lo llamaría novio. Cuando sé que lo voy a ver, voy a la peluquería, me maquillo y me arreglo especialmente. Y cuando él no está salgo con amigas y amigos. Me siento muy festejada”, revela

–¿El tiempo curó el dolor de su partida repentina?

–No, y eso que pasaron treinta y siete años. Pero sé que no estoy sola porque tanto Christina como mis padres y mi hermano aparecen en mis sueños. Sueño mucho con los cuatro y, aunque suene raro, siento que no estoy sola, que ellos están a mi lado. No soy una persona que vaya todo el tiempo a la iglesia, pero sí puedo decirte que estoy muy contenta de haber encontrado esta paz que siento hoy porque quiero vivir muchos años más.

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