Lo que empezó como una charla entre veinte familias de sexto grado en un colegio privado de Mendoza se convirtió, en apenas días, en un movimiento que ya reúne a cientos de padres y se expande a otras provincias. La propuesta del Pacto Parental, un acuerdo para retrasar el acceso de los chicos al celular propio hasta los 13 años y postergar las redes sociales hasta los 16, busca poner un freno colectivo a la hiperconexión infantil y a sus efectos sobre la salud mental.
Millones de adolescentes australianos pierden el acceso a sus redes sociales tras la primera prohibición a nivel mundial
La clave, explican sus impulsores, es que sea un pacto entre adultos para que lo cumpla la mayoría y los chicos que no usan celular no queden marginados. Todo comenzó en el colegio San Nicolás, de Mendoza, pero ya trascendió los límites de la escuela. Las madres y los padres crearon un grupo de WhatsApp, la web pactoparental.org y un manifiesto que define la propuesta como “un compromiso colectivo para acompañarlos, cuidarlos y poner límites en un mundo que empuja a la hiperconexión”.
Sin embargo, tras el primer entusiasmo por la propuesta, también se abrió el debate. ¿Incluye a todos? ¿Qué pasa con el uso que hacemos los adultos del celular?
Ignacio “Nacho” Castro, comunicador, publicista y padre de dos adolescentes, fue de los que encendió la alarma. “No estoy para esperar que el Estado haga algo, de mis hijos me ocupo yo”, señaló en declaraciones a la prensa. Según él, la industria está diseñada para mantener la atención “frita” a fuerza de notificaciones y estímulos constantes: “Nuestros hijos no están capacitados para discernir cuándo es mucho”.
La chispa que terminó de encender el movimiento fue la lectura compartida del libro La generación ansiosa, del psicólogo social Jonathan Haidt. “El cerebro de un chico menor de trece años no está preparado para la dopamina que libera un celular”, resume Castro. Al revisar en el teléfono de su hijo de 11 la cantidad de notificaciones diarias, el número lo dejó helado: 150 alertas por día.
El acuerdo se sostiene sobre una premisa simple: si no se hace en grupo, no funciona. Las familias lo explican con claridad: la razón por la cual muchos chicos reciben su primer smartphone antes de tiempo no es la necesidad, sino la presión social.
La hiperconexión genera daños en la salud mental de los menoresLos cambios no tardaron en aparecer. Para algunos padres, el impacto fue inmediato. “Los chicos inventan juegos nuevos, vuelven a relacionarse. Lo que al principio parece un sacrificio se transforma en una oportunidad”, cuenta Castro. Uno de los testimonios que circulan en el grupo lo resume mejor que cualquier estadística: un nene dejó el celular y, en su lugar, volvió a jugar en el club, conoció a un vecino y empezaron a jugar al tenis.
La propuesta ya comenzó a expandirse fuera de Mendoza: se sumaron padres de Córdoba, Buenos Aires y otras provincias. La web del Pacto Parental recibe adhesiones a diario.
El debate mendocino no ocurre en el vacío. Es uno de los temas del momento. A miles de kilómetros, Australia acaba de avanzar en la primera prohibición a nivel mundial del acceso a redes sociales para menores de 16 años, una medida que obligó a plataformas como TikTok, Instagram, Facebook, YouTube o Snapchat a eliminar millones de cuentas pertenecientes a adolescentes. El gobierno australiano argumentó que el impacto de las redes en la salud mental justifica un estándar nacional claro, aun cuando los menores intenten evitar los controles. España aspira a aplicar una medida parecida a la australiana en 2026.
La clave de poner límites es hacerlo en comunidadEn nuestro país, el debate no comenzó con la iniciativa mendocina. Hace unas semanas, la activista y ex legisladora porteña por el Frente de Todos Ofelia Fernández lanzó un documental de 50 minutos que analiza qué le está pasando a su generación. En ¿Cómo ser feliz?, explora cómo la hiperconectividad, la presión por estar siempre disponibles y el uso intensivo de redes afectan la salud mental y la calidad de los vínculos entre jóvenes.
La pieza detalla fenómenos como ansiedad, soledad, dispersión y una constante sensación de ausencia a pesar de la conexión permanente. Pero no se queda en el diagnóstico: también plantea interrogantes sobre cómo recuperar la atención y el tiempo propio, y qué responsabilidad tienen tanto las plataformas como los usuarios. En definitiva, el documental abre un debate sobre qué significa el bienestar en la era digital y cómo volver a estar verdaderamente presentes.
Pero volviendo al Pacto Parental, para la psicoanalista Gimena Sozzi no está tan claro que les sirva a todos. “Antes que prohibir, es necesario leer qué función tiene ese objeto en cada niño, en cada familia. Eso no es posible de generalizar, no hay pacto-para-todos que funcione de antemano”, asegura.
Para ella, “por supuesto que el uso de dispositivos en los niños requiere de la regulación del adulto a cargo”, pero en este caso “lo que definitivamente convoca la atención de la noticia no es el uso de dispositivos en los niños, sino la voracidad de esas familias por los objetos de circulación común al punto de necesitar prohibirlos”.
“¿Acaso la prohibición busca tener efecto más en la parentalidad que en los niños en sí? ¿Acaso un pacto-para-todos acolchona la responsabilidad que atañe al adulto de cada familia?”, se pregunta. “Si para algún niño la prohibición será disparador de juegos analógicos, para otro será una convocatoria a la avidez, mientras que a otro le quitará su modo de comunicación singular”.
De hecho, para muchos padres, el pacto implicó un desafío doble. Primero, sostener el límite. Y segundo, revisar su propio vínculo con el celular. “Un día mi hijo me dijo: ‘Vos estás todo el día con el teléfono’. Y tenía razón”, cuenta Castro. Un pediatra les advirtió que “ningún humano debería pasar más de tres horas al día con un celular”.
El retiro del smartphone en familias que ya lo habían entregado fue un momento tenso. Hubo lágrimas, enojo, resistencia. Pero, coinciden, la adaptación fue sorprendentemente rápida. “A los cinco minutos están jugando a la pelota”, dicen.
Malena, madre de dos niñas, de 9 y 5 años, en Buenos Aires, está muy entusiasmada con que se esté instalando el debate. Ella también leyó La generación ansiosa. “Me generó un sentido de urgencia muy grande sobre hacer algo en relación al consumo de pantallas, particularmente el celular, y una preocupación también por todo lo que están mostrando los estudios en relación a una caída muy abrupta de todos los índices de salud mental en las de las nuevas generaciones, que son las que se criaron con ya 100% en la era de los smartphones”.
“También me motivó a mí a salir de las redes sociales y me impactó muchísimo enseguida ver cómo mejoraba mi salud mental cuando dejé de entrar a Instagram”, añade. “Es impresionante el efecto colateral que tiene en un montón de aspectos de tu vida que no te das cuenta. Desde el consumo, la cantidad de cosas que te querés comprar, cómo te ves y cómo te sentís con vos misma. Hay un montón de efectos muy estudiados por quienes crearon estas redes sociales. No somos conscientes del control que tienen sobre nuestras vidas”.
CRM/MG

