Rafael R. y Clarise F. están convencidos de que, si se agrega un solo evento más al calendario familiar, todo va a colapsar. Desde mediados de octubre, sus tres hijos –Rita, de 15 años; Tamara, de 12, y Joan, de 8 años– traen casi todos los días una nota del colegio o de alguna de sus actividades extraescolares en las que se planificó un encuentro de cierre que implica disfraces, entradas, alquiler de un teatro, reservar la fecha, llevar un peinado específico, no faltar a los ensayos, entre otras demandas. Por eso, la puerta de la heladera se volvió un punto de consulta ineludible: el calendario con anotaciones, que ahora está lleno de citas, es lo que dirige las agendas. “También anotamos allí las fiestas de nuestros trabajos, las cenas de fin de año con amigos. El martes por la tarde tuvimos tres eventos en simultáneo. Además, están los exámenes de los chicos. No entra una actividad”, dice Clarise. Rafael aporta: “Y todavía falta diciembre…”. Pero ella contrataca: “¿Sabés que yo creo que diciembre va a ser más tranquilo que noviembre? Tengo la sensación de que todo se hubiera adelantado para evitar el estrés de diciembre, pero al final resultó peor”.
Se trata de una sensación compartida. No son pocos los que por estos días se animan a afirmar que noviembre se volvió el nuevo diciembre. O que, al menos, se adelantó el síndrome de diciembre, esa entidad que utiliza la psicología para definir la compleja sintomatología que aparece los últimos días del año: combina ansiedad, agotamiento, superposición de actividades, carga mental al tope, estrés económico por la cantidad de eventos superpuestos que hay que pagar y se traduce en manifestaciones físicas como cansancio extremo, dolores de cabeza, falta de energía y ánimo irritable.
“En el último trimestre del año estamos viviendo un pico de demanda en el hospital, porque hay una carga acumulativa que se potencia”, explica el médico Daniel López Rosetti, jefe del Servicio de Medicina del Estrés del Hospital Central de San Isidro. “Estamos en temporada alta de nuestra especialidad”, sentencia. “En diciembre se produce una sobrecarga por las obligaciones laborales y sociales, los cortes, los cierres, los balances, y se acumulan las emociones. Sin embargo, ya en noviembre y octubre se nota el impacto del cansancio acumulado del año”, agrega.
“La gente me dice ‘Este año pasó más rápido, ¿todavía tiene 12 meses?’ El año nos parece más corto que antes. Es un dato psicológico interesante, que habla de proyectar en el afuera una aceleración que en realidad es interna”, apunta el psiquiatra y psicoanalista José Eduardo Abadi. “En esta época del año, la vida se torna más acelerada, más vertiginosa. Una de las claves de esta posmodernidad es que se sigue acelerando. No se aplacó, y eso genera una dificultad de convertir cada experiencia en una vivencia. No nos permite darle densidad a lo vivido. Sobreviene esa sensación de ‘Uy, ya pasó, pasó demasiado rápido’. Se genera un sentimiento de no poder vivenciar, no poder metabolizar con la lentitud necesaria las experiencias que transcurrimos, como para poder hacerlas parte de nosotros”, detalla.
El contexto social, económico y político –continúa Abadi– también contribuye a esta sensación de año vertiginoso. “Hay mucha ansiedad sobre cómo le va a ir al país, y esto traducido a cada uno: cómo me va a ir a mí. Uno escucha que el dólar sube, que baja, que la inflación está quieta, que hay negociaciones con Estados Unidos, y no hay certeza del impacto en el individuo. Está latente la pregunta ‘¿Esto saldrá bien o mal, me va a ir mejor o peor?’ Esta incertidumbre se convierte en urgencia, que nos lleva a pretender que el tiempo pase más rápido. El vértigo, la incertidumbre, acelera el tiempo imaginariamente, movido por la ansiedad. Es la urgencia de que se termine la cuenta y me digan el resultado”, sostiene Abadi.
Soledad Aisa tiene 33 años y trabaja en una empresa que organiza eventos. “Estamos en una sobre-temporada alta. Nosotros trabajamos sobre todo con eventos corporativos, pero estamos organizando fiestas de fin de año desde los primeros días de noviembre. En realidad, después del 15 de diciembre son pocos los eventos pautados. Este año, realmente todo se adelantó bastante”, cuenta. Su vida personal con tantas citas laborales y sociales se volvió compleja, dice. “Casi todas las noches hay algún evento, o laboral o con amigos. Es una temporada de mucha intensidad, pero a mí me encanta, siento que el año empieza a quedar atrás”, aclara.
“Este año, muchos sentimos que el fin de año se adelantó. Y no es casualidad. Venimos de un año electoral intenso, de decisiones difíciles y una economía compleja que posiblemente activó un nivel de estrés sostenido. El sistema nervioso llega saturado al último trimestre y reacciona antes de tiempo. A eso se suma que empresas, colegios y clubes adelantaron sus cierres para evitar el desborde habitual de diciembre: actos, entregas, reuniones y balances en marcha. Mientras tanto, muchas familias ya organizan vacaciones buscando mejores oportunidades, lo que agrega más carga mental”, describe Adriana Ceballos, directora de la Escuela de Coaching de Familia (Ecofam).
“Además, para muchos las Fiestas dejaron de ser un oasis y pasaron a ser un territorio de logística, expectativas familiares y emociones mezcladas. La vida digital también pone presión: a fines de octubre ya estamos viendo Navidad, Black Friday, Cyber Week, lo cual instala, casi sin darnos cuenta, la idea de que el año terminó antes de tiempo. En psicología se llama a esto ‘fatiga anticipatoria’: el cuerpo ‘siente’ que se acerca el final y acelera. Sube el cortisol, baja la paciencia, y aparece esa urgencia interna de terminar todo ya”, añade Ceballos.
“Siempre me dio la sensación de que todas las actividades de cierre del colegio de los chicos eran a fines de noviembre y hasta las primeras semanas de diciembre. Pero este año fue antes. Por ejemplo, el acto del jardín de mi hijo Anselmo, que está en sala de 3, es el próximo viernes; con todo el estrés y el gasto, porque la maestra nos exige que nadie falte dado que están ensayando en el escenario del auditorio del colegio. Y el concert de Sofía, que tiene 9, es en un teatro este próximo martes al mediodía. Después está la actividad de cierre de gimnasia artística, de natación, los exámenes de inglés, del ciclo del conservatorio. Este miércoles tengo la cena de fin de año del trabajo y no sé si voy a ir, porque estoy tan cansada que necesito dormir”, comenta Marianela Argüello, que vive en Ramos Mejía y es licenciada de marketing.
Lopez Rosetti explica por qué se siente así el cansancio: “A fin de año aparece el impacto de la cronicidad del cansancio acumulado. Y hay que saber que hay personas que son más vulnerables al estrés. No es solo un tema de cansancio acumulado por falta de sueño, sino por la dificultad de cortar y de poder decidir o elegir en la agenda cotidiana. El cansancio acumulado hace que las personas tengan más dificultad para el desenvolvimiento diario, que haya más errores, que el trabajo sea más difícil de sobrellevar, y eso genera un círculo vicioso”.
¿Qué se puede hacer preventivamente para no terminar con un nivel de estrés tan alto, cuando a esta altura del año ya uno encuentra su agenda embargada hasta fin de año, con actividades y compromisos de los que no es posible bajarse?
“Decimos ‘Tenemos que juntarnos antes de fin de año’, pero cuando tomamos un calendario, vemos que son muy pocos los fines de semana que quedan hasta 2026. Entonces, mi recomendación es tomar un calendario y planear el tiempo de acá a fin de año con inteligencia emocional y con capacidad administrativa, saber distinguir entre lo que debo hacer inexorablemente de aquello que me va a sobrecargar innecesariamente. Es un acto de sanidad, es un acto de autocuidado”, aconseja López Rosetti.
“En psicología llamamos distrés a lo que comúnmente se llama estrés. No es aquello que nos prepara para la respuesta, para la supervivencia, sino lo que nos pone en un ‘demasiado’, en un exceso. Eso repercute en trastornos físicos y genera ansiedad crónica. ¿Por qué este año acelerado es tan estresante? Por un lado, el tratar de hacer una historia de lo vivido, de evaluar el año y a la vez no querer evaluar la expectativa versus la realidad, hace un puchero de sentimientos que nos pone en el nivel más alto de las manifestaciones físicas. En estos momentos del año, sería bueno que nos propongamos hackear ese calendario llego de cosas para hacer. Y decidir deliberadamente tomarse un hueco durante el día para no hacer nada, para estar con uno mismo, no con el celular, sino tener esa disponibilidad anímica para no tener algo definido que hacer. Solo 15 minutos de ocio, que es lo contrario al negocio, que es el trabajo. Yo lo recomiendo mucho a mis pacientes, pero sé que no es fácil de hacer. Esto tiene mucho que ver con el estrés que tenemos. No hacer nada, disponibilidad, apertura, radar abierto, nos puede generar muchos cambios internos positivos”, dice Abadi.
Ceballos aporta que la buena noticia es que, si entendemos este proceso, podemos recuperar un poco la calma interna. “Algunos consejos muy útiles serían elegir cada día una sola cosa que no va a exigirnos. Hacer un ítem de la agenda por vez, sin pensar en lo que sigue. Caminar, tomar aire, con el celu en silencio. Descansar, comer bien, respirar, no decir que sí a todo. Si hace falta, pedir ayuda. Estás herramientas en medio del torbellino son más transformadoras que cualquier técnica”, concluye.


